Apostar por una agricultura ecológica y de pequeña escala ayudaría a eliminar la brecha de género en el mundo rural
Las mujeres campesinas tienen en su mano la azada del cambio. Ellas producen más de la mitad de los alimentos del mundo y, sin embargo, son propietarias de una minoría de las tierras. Desempeñan un papel primordial en las comunidades rurales, pero tienen un acceso limitado a puestos de toma de decisiones, a financiación institucional y a servicios e infraestructuras públicas.
Una desigualdad que no solo repercute en la vida de las mujeres, sino también en el rendimiento del sector agrícola, con importantes consecuencias sobre la soberanía alimentaria, el cambio climático y el bienestar social.
Al mismo tiempo, son las principales perdedoras del actual modelo de agricultura industrial e intensivo insostenible. Este modelo no solo está ligado a las energías sucias, provoca más emisiones de gases de efecto invernadero y empobrece los suelos, sino que también profundiza la desigualdad de género.
Por tanto, apostar por una agricultura ecológica y de pequeña escala ayudaría a eliminar la brecha de género en el mundo rural, salvando al mismo tiempo el clima. Este es el mensaje central del informe que acaba de aprobar el Parlamento Europeo sobre mujeres en áreas rurales.
¿Y cómo es que la transición hacia un nuevo modelo agroalimentario sostenible ofrece además soluciones a la desigualdad entre hombres y mujeres? Para empezar, la agricultura ecológica abre una ventana de oportunidad de negocio sin necesidad de grandes riesgos. Iniciar un negocio en el modelo agrícola industrial conlleva altas inversiones al principio para maquinaria, pesticidas y semillas modificadas; mientras que un negocio en agricultura ecológica requiere costes menores, teniendo el producto final un valor añadido.
Asimismo, la sustitución de pesticidas y fertilizantes químicos por otros métodos menos intensivos en combustibles fósiles y más respetuosos con el medioambiente sería no solo beneficioso para la tierra, sino para las propias trabajadoras, pues el uso de estos productos afecta a la salud reproductiva de las mujeres, llegando a causar abortos involuntarios y defectos de nacimiento.
Por otro lado, los estudios muestran que las mujeres tienden a gestionar granjas más pequeñas y a operar en mercados locales. En España, el tamaño medio de las explotaciones con una mujer como propietaria es de 9,9 hectáreas, mientras que el de un propietario hombre es de 15,5 hectáreas.
Es por ello que, si las ayudas agrícolas se destinasen a la agricultura sostenible y no a la agroindustria de unos pocos -así como a los cultivos ecológicos para mercados locales y no a los cultivos industriales de exportación-, las mujeres se independizarían de los mercados internacionales -y sus fluctuaciones especulativas- y serían las más beneficiadas de este cambio.
Además, el fomento de la democracia directa y participativa a través del autogobierno rural (consejos y asambleas) para acabar con el caciquismo y la corrupción partidista abriría las puertas a las mujeres para incorporarse a los nuevos puestos decisorios.
Hoy en día, la representación de las mujeres en consejos de administración de grandes empresas y cooperativas es del 20% en la Unión Europea y del 16,8% en España. La propia Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) asegura que, si las mujeres tuviesen el mismo acceso a decisión, recursos y servicios, la capacidad productiva del mundo aumentaría.
El mundo agrícola requiere por tanto apostar también por la educación con enfoque de género. La Comisión Europea publicó un estudio que muestra que las mujeres adquieren una formación más vocacional cuando trabajan en agricultura orgánica que cuando lo hacen en la convencional. Por tanto, facilitar su formación en prácticas agrícolas sostenibles es crucial para su futura incorporación al mercado laboral y para desarrollar su capacidad de emprendimiento.
La semilla verde de la revolución agrícola empieza a germinar, pero necesita del compromiso de todos y todas para convertirse en árbol. Por ello, nuestro próximo reto en el Parlamento Europeo será introducir estas reflexiones en la reforma de la Política Agraria Común, para que esté a la altura de los retos ecológicos y sociales que este momento requiere. Las prácticas agrícolas respetuosas con el medioambiente y la perspectiva de género van de la mano. La revolución agrícola debe ser, por tanto, feminista.
Con información de The Huffington Post