En México se producen alimentos en cantidades suficientes para alimentar a toda la población. Sin embargo, el 34% de los alimentos producidos, aproximadamente 24 millones de toneladas, se desperdicia.
Por Ana Isabel Rodríguez*
Todos hemos sentido hambre. Según la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el hambre es “una sensación incómoda o de dolor causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria”.
De acuerdo con cifras de ese organismo, en 2021 el número de personas que padecen hambre –esa sensación “incómoda o de dolor”– aumentó hasta alcanzar los 828 millones de personas, lo que supone un aumento de unos 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde el brote de la pandemia de COVID-19.
Con respecto a México, estimaciones de la Red Nacional de Bancos de Alimentos en México (Red BAMX) señalan que alrededor de 28 millones de personas no saben si podrán comer tres veces al día. Y de éstas –según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)– casi 9 millones padecen “inseguridad alimentaria grave”, uno de estos eufemismos que describen la situación de quienes terminan el día sin haber comido una sola vez.
Lo paradójico es que en México se producen alimentos en cantidades suficientes para alimentar a toda la población. Sin embargo, el 34% de los alimentos producidos, aproximadamente 24 millones de toneladas, con un valor de 490 billones de pesos, se desperdicia, apunta Esther Escárzaga García, gerente nacional de Alianzas Agrícolas de la Red de Banco de Alimentos de México (Red BAMX).
“En México y en el mundo hay alimento suficiente para que nadie sufra hambre. Es una incongruencia que en un país tan vasto el alimento no beneficie a las personas y termine en la basura, generando además gases de efecto invernadero. Cuando la comida se desperdicia, también se van a la basura recursos como el agua: la huella hídrica por el desperdicio de alimentos es equivalente al agua necesaria para dotar de agua potable a todo el país durante 2.4 años”, explica.
A pesar de que en el país sólo el 1% de los alimentos que no son comercializados se recupera, Esther considera que debemos ver el desperdicio como una oportunidad para reducir el hambre y el impacto negativo de este.
Precisamente la Red BAMX –organización de la sociedad civil sin fines de lucro– está dedicada desde hace 30 años a evitar el desperdicio de alimentos rescatando aquellos en buen estado, aptos para consumo, para apoyar a población vulnerable en México. La Red representa a 57 bancos de alimentos, distribuidos desde Tijuana hasta Cancún y atiende a más de 1.7 millones de personas, quienes reciben semanalmente paquetes alimentarios.
El trabajo de Esther Escárzaga en la Red BAMX consiste en “rescatar” todos los excedentes cosechados que por alguna razón no pueden comercializarse. Al año, logra recuperar entre 70 y 75 mil toneladas de frutas y verduras. Estos alimentos se suman a los abarrotes, cereales, lácteos y proteína que integran el paquete alimentario que se entrega a cada familia.
“Lo que más se desperdicia en el campo, aunque depende de las temporalidades agrícolas y de la oferta y demanda en el mercado, son frutas como mango y guayaba o verduras como brócoli, cebolla, zanahoria, calabaza, betabel, pepino o jitomate, en general productos que para el productor es más caro cosechar y no vender porque cuando llegan a los mercados, no hay buenos precios.
No creo que haya un solo agricultor que siembre pensando en desperdiciar su trabajo, que puede ir de tres a 9 meses o hasta año y medio, como es el caso de las piñas, hasta que cosecha. Ellos siembran pensando en que van a vender bien sus productos, que van a tener una retribución justa que les permitirá vivir dignamente de esto. Creo que los productores tienen una conciencia clara del impacto del desperdicio, entonces más bien nuestro trabajo consiste en decirles que hay una alternativa en los bancos de alimentos, para que esos alimentos no terminen en la basura”.
En países como México, el punto más alto del desperdicio ocurre en el sector primario y en centros de distribución de alimentos como las centrales de abasto. En contraste, en los países desarrollados el desperdicio sucede posventa: en restaurantes, hoteles, tiendas de autoservicio y por supuesto, en los hogares. Los consumidores –todos nosotros– desperdiciamos alimento desde el momento que no planeamos adecuadamente nuestras compras, apunta Esther.
“Normalmente cuando vas al supermercado y ves que hay muchísimas ofertas, olores que te atraen, o vas con hambre y se te antoja algo, compras más de lo que necesitas, más si no llevas una lista”. Y los alimentos que no consumimos, porque no los necesitábamos, terminan en la basura.
Cada día, la Red BAMX acude a más de 1,000 tiendas de autoservicio en todo el país para rescatar alimentos que no pudieron ser comercializados porque los empaques están dañados o bien están próximos a caducar o en etapas de madurez que imposibilitan su venta.
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