Estos insumos permiten un mejor desempeño agronómico de las plantas, sin ser un plaguicida o un nutriente. Elaborados generalmente a base de microorganismos, sustancias húmicas o aminoácidos, contribuyen con la agricultura regenerativa al permitir un uso más sostenible de insumos agrícolas convencionales.
Por Ana Isabel Rodríguez*
Los sistemas agroalimentarios actuales tienen costos ocultos enormes con un impacto negativo para la salud, el medio ambiente y la sociedad, que equivalen al menos a 10 billones de dólares anuales, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
De acuerdo con el organismo, al menos 25% de ese costo se relaciona con las emisiones de gases de efecto invernadero y nitrógeno, los cambios del uso de la tierra y la inadecuada utilización del agua en la producción de alimentos.
El contexto actual se complica porque la agricultura enfrenta las consecuencias del cambio climático, sequía, temperaturas extremas, suelos degradados y el impacto de fenómenos como El Niño y La Niña.
Estas condiciones han provocado que los cultivos tengan un desempeño fisiológico menor al esperado. Todos los agricultores buscan optimizar la calidad de su producción e incrementar los rendimientos; pero ¿cómo lograrlo ante condiciones climáticas extremas y el encarecimiento de los insumos agrícolas?
En esta coyuntura, la demanda de bioestimulantes se ha incrementado porque, en combinación con insumos convencionales, complementan la nutrición y el manejo fitosanitario necesarios para tener una planta saludable y con ello, buenos rendimientos, explica el ingeniero agrónomo especialista en suelos Jesús Arévalo Zarco, director técnico del Instituto para la Innovación Tecnológica en la Agricultura (Intagri).
El también maestro en Horticultura, señala que el crecimiento de la industria de bioestimulantes se ha mantenido año con año, sobre todo durante la última década, impulsando la investigación y el desarrollo para hacer más eficiente el alcance de estos productos. Sin embargo, precisa que ante una mayor oferta de productos, lo más importante es conocer su formulación e ingredientes, saber qué contiene realmente y por supuesto, el uso adecuado en campo.
En este sentido, la realidad es que existen muchos vacíos en la legislación que regula estos productos. En Europa –explica Jesús Arévalo– si un bioestimulante tiene un efecto nutricional, además de controlar alguna enfermedad, debe ser registrado como un plaguicida, aunque sea un bioestimulante.
Esta circunstancia ocurre también en México, ya que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) no tiene una clasificación para el registro de bioestimulantes. Lo más cercano es el registro de nutrientes vegetales; sin embargo, es común que las empresas, para no entrar en conflictos, declaren en su etiqueta que contiene sólo un nutriente, aunque el producto tenga además aminoácidos, extractos de algas o metabolitos de algunos microorganismos, entre otros elementos.
Entonces –explica el director técnico de Intagri– si el productor no conoce en su totalidad los ingredientes activos del producto, tal vez no haga una buena aplicación de las dosis.
Sin embargo, hay avances en este sentido porque las empresas llevan a cabo investigaciones de forma continua para tomar decisiones basadas en datos y en experiencias exitosas reales, en campo. Además, al contar con un distintivo como Organic Materials Review Institute (OMRI), los desarrolladores de bioestimulantes pueden detallar en el listado los ingredientes de sus productos.
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*Directora editorial de Agro Orgánico