El rechazo de la transgenia por parte de las organizaciones ecologistas y por buena parte de la población se remonta a los primeros cultivos transgénicos
Madrid. – Es un arroz del color del oro, y promete salvar vidas, pero ha salido de un laboratorio. El hecho de ser modificado genéticamente ha levantado un revuelto que más bien podría definirse como una guerra abierta entre los partidarios de la transgenia y aquellos que la rechazan de plano por atentar contra la salud y el medio ambiente.
Mientras Greenpeace nos advierte que no es oro todo lo que reluce, en clara alusión al color dorado del arroz y, sobre todo, a los beneficios atribuidos al mismo, la flor y la nata de la ciencia define su rechazo duramente, acusando a la organización ecologista de cometer un “crimen contra la humanidad”. Tengan razón unos, otros, ambos o ninguno, lo cierto es que la polémica está servida.
El rechazo de la transgenia por parte de las organizaciones ecologistas y por buena parte de la población se remonta a los primeros cultivos transgénicos, y desde entonces, décadas atrás, la situación no ha hecho sino recrudecerse.
No podía ser de otro modo, habida cuenta de los problemas de seguridad alimentaria que plantean factores de tanto peso como la superpoblación y los eventos extremos ocasionados por el cambio climático. Además, no cabe duda de que la apuesta por una agricultura intensiva, en las antípodas de la ecológica, precisa multiplicar beneficios a costa de cualquier cosa, haciendo un uso y abuso de semillas transgénicas, pesticidas y fertilizantes químicos.
¿Cuál es la mejor apuesta, la economía global o local? ¿Y, dentro de ésta, es preferible fomentar los cultivos ecológicos o proporcionar semillas transgénicas para asegurar las cosechas?
Como siempre, todo depende de las circunstancias, así como de las premisas de las que partamos. Mientras el activismo verde no duda en afirmar que la economía local basada en la agricultura orgánica es el modelo al que hay que tender, otras voces sostienen que los cultivos transgénicos pueden paliar el hambre en el mundo ayudando a mejorar las cosechas en cantidad y resistencia frente a riesgos climáticos.
Los argumentos de Greenpeace
Dentro de este contexto han de entenderse las polémicas suscitadas en torno al arroz transgénico dorado. Llamado en inglés Golden Rice, Greenpeace puede considerarse la punta de lanza de la oposición contra lo que llama “una peligrosa ilusión”.
Este tipo de arroz es una variante creada en 1999 para producir un precursor de la vitamina A. La modificación de sus genes pretende paliar un problema endémico en el mundo que afecta a cientos de miles de personas, sobre todo niños. En especial, la Organización Mundial de la Salud estima que alrededor de 500.000 niños se quedan ciegos cada año por falta de esta vitamina, y la mitad de ellos muere en el año siguiente de perder la visión.
Son casi dos décadas de investigación las dedicadas a mejorar la eficacia a este respecto, según afirman, logrando una producción suficiente de esta provitamina para el fin que se pretende. Sin embargo, Greenpeace sigue en sus trece.
No solo con respecto al arroz dorado, sino también hacia los organismos modificados genéticamente. Si resuelve el problema, apuntan, lo hace solo parcialmente. Esos riesgos a los que aludían, esa “peligrosa ilusión” hace referencia al coste que habría que pagar para solucionar el problema.
Con información de Ecología Verde