Su empleo como abono reduce la utilización de fertilizantes orgánicos y da salida a los residuos que producen ciudadanos y empresas agroalimentarias
Burgos, España. – Algo tan sencillo y a la vez tan complejo como aprovechar los residuos orgánicos que generan los ciudadanos y las industrias agroalimentarias para fertilizar el campo, es el objetivo que se ha marcado el centro tecnológico Itagra de Palencia.
Desde hace un año trabaja en un proyecto que financia la Diputación de Palencia y que se basa en el uso lógico y natural de residuos orgánicos para fertilizar el suelo. Un reto que por otra parte entraña su complejidad, –como explica Manuel Calvo, responsable de este proyecto en el Itagra–, ya que estos residuos tienen un alto contenido en materia orgánica pero menos nutrientes (nitrógeno, fósforo y potasio) en comparación con los abonos minerales de síntesis, que hoy en día se fabrican «a la medida».
Sin embargo, el Itagra ha demostrado que el uso de residuos orgánicos es perfectamente viable como abono agrícola, ya que las producciones mejoran ligeramente, disminuyen los costes de producción al reducirse el uso de fertilizantes orgánicos en un 80%, y se mejora la calidad del suelo.
Sin olvidar que se está contribuyendo a la sostenibilidad ambiental al usar menos abonos y dar un uso a residuos orgánicos que se generan en cantidades ingentes y a día de hoy apenas tienen aplicación.
Para llegar a estas conclusiones, los técnicos del Itagra realizaron ensayos en la finca Viñalta de Palencia en una parcela sembrada con maíz, un cultivo característico de la zona. Para las pruebas se usaron residuos sólidos urbanos y residuos de industrias agroalimentarias previamente compostados, ya que para su uso en agricultura como fertilizante es necesario estabilizarlos antes mediante compostaje y cumplir los requisitos que recoge la normativa europea.
Con esta técnica se tamizan los residuos, se trituran, se maduran y se esterilizan hasta conseguir «una especie de tierra oscura, madurada, que no huele mal, y que es un fertilizante orgánico», explica el director del Itagra, Asier Saiz Rojo.
En concreto se han utilizado residuos sólidos urbanos, –los residuos orgánicos que se tiran a la basura–, procedentes del Centro de Tratamiento de Residuos de Palencia, y los residuos agroindustriales, –de cadáveres de pollos y restos de huevos, principalmente–, cedidos por la empresa de biocompostaje Bicoe, que está en Medina del Campo.
La parcela de Viñalta se dividió en tres partes y cada una se abonó de una manera para comparar los resultados al final de la campaña. Una con el compost del CTR de Palencia, otra con los residuos de Bicoe, y una tercera con abono mineral, complementados con un abono de cobertera mineral, con el objetivo de «equilibrar» los nutrientes y conseguir aportaciones de nitrógeno similares, y mantener la producción media de 12 toneladas por hectárea.
Para comprobar el efecto de las tres enmiendas se midieron diferentes variables a lo largo del ensayo. En el laboratorio se estudió la composición química del compost, para ver su riqueza nutricional, y la calidad del suelo.
Durante el ciclo de crecimiento del maíz se midió la densidad de las plantas y su floración, la altura de la planta y la altura de inserción de la mazorca, la proteína del grano o el nivel de nutrientes tanto en el grano como en la hoja, así como la incidencia de plagas, enfermedades. Y una vez realizada la cosecha se evaluó la producción y se tomaron muestras de suelos para contrastar los resultados.
Según explica Calvo, los datos revelan que apenas hay diferencia en los valores nutricionales de la planta, pero sí en la producción, ya que la franja abonada con el compost de industrias agroalimentarias produjo mil kilos más de maíz por hectárea que el compost de residuos sólidos urbanos y unos 1.500 más que la producción obtenida con el abono mineral convencional.
Además, teniendo en cuenta que el coste del compost es muy inferior al de los abonos minerales, se demuestra que su uso puede ser muy rentable ya que, como señala Calvo, el uso de fertilizantes minerales supone para el agricultor el 70% de los costes de la explotación. «Y se propone el uso de residuos que se estarían gestionando de forma adecuada y a los que se daría valor», agrega Saiz Rojo.
Con la salvedad de que la cantidad de compost que hay que aportar a la parcela es muy superior a la de abono orgánico y el inconveniente que el agricultor tiene que hacerse cargo del transporte. Y la ventaja de que el precio del compost es infinitamente inferior al de los abonos minerales. «Hoy en día casi te los regalan ya que no tiene demanda», afirma el director del Itagra.
Además de disminuir los costes y aumentar la producción también se observó que la calidad del suelo mejoró notablemente, ya que se incrementó el nitrógeno fijado al suelo, que quedará disponible para el cultivo de la próxima campaña.
«Con el abono químico hay que abonar todos los años y con el compost quedan restos en el suelo para más de una campaña», aclara Saiz Rojo. «Esto permite reducir la cantidad de abono mineral que hay que aportar al segundo año», señala Calvo, puntualizando que estos «son datos de una campaña» y que por tanto habrá que estudiar ciclos más largos y con otros cultivos, como la colza, para que los resultados sean más interesantes.
Pero con la convicción de que «el uso de este compost como enmienda al campo es algo que tenemos que promover, porque es la salida más digna que tenemos ahora a los residuos orgánicos», insiste el director del Itagra.
Con información de El Correo de Burgos