Las moscas de la fruta son mucho más importantes de lo que pensamos
España. – Su presencia es señal de que hay algún alimento que está comenzando a pudrirse y las apartamos de un manotazo casi sin prestarles atención. Las moscas de la fruta -también llamadas moscas del vinagre- son un mal menor en las cocinas. Sin embargo, son mucho más importantes de lo que pensamos. ¿Sabían que son un especímen común en los experimentos en torno a investigación genética? ¿Y que gracias a ellas se han llevado a cabo cinco estudios que resultaron ganadores del Premio Nobel? Seguramente ahora no vea con los mismos ojos a esas «pesadas», cuyo origen, sin embargo, es todo un misterio.
Su historia se remonta a hace 10.000 años en África. Las antepasadas de nuestras «amigas fruteras» empezaron a alimentarse de los restos de fruta del hombre no se sabe muy bien en qué momento ni por qué razón.
Aunque aún se pueden encontrar sus homólogas «salvajes», estos insectos son mucho más exigentes que las «domésticas»: al contrario que las moscas que viven en nuestras casas, a las que les encantan los cítricos, las de la naturaleza prefieren los frutos mucho más dulces y desprecian casi por completo los gustos de nuestras compañeras de hogar. ¿Cómo y por qué empezaron a desarrollar ese gusto por limones y naranjas? Esa es la cuestión que intriga a los científicos.
El rastro en Zambia y Zimbabwe
«Las antecesoras de las moscas de nuestros fruteros vivían en el sur de África. Hace unos 10.000 años se mudaron con sus vecinos: los humanos. Sus descendientes luego colonizaron el mundo. En realidad, es bastante impresionante», explica al respecto Marcus Stensmyr, profesor titular de la Universidad de Lund (Suecia), quien acaba de publicar en la revista «Current Biology» un estudio junto con la Universidad de Wisconsin-Madison (EE. UU.) sobre esta especie.
El equipo de investigadores ha encontrado un rastro en los bosques de Zambia y Zimbabwe, donde han hallado especímenes de Drosophila melanogaster (nombre científico de la mosca de la fruta) en estado salvaje después de buscarlos durante años. Allí pusieron trampas para capturar moscas y observaron que las que estaban más cerca de los árboles marula acababan plagadas de víctimas; al contrario de las demás, que apenas había algunas moscas (si es que había).
El árbol «mágico» de la marula
Los investigadores creían conocer las preferencias en el menú de estos animales: frutas muy maduras, podridas o cítricas. Sin embargo, en la naturaleza preferían el sabor dulce del fruto de la marula, un árbol considerado «mágico» en África al que habitualmente se relaciona con supuestas «borracheras» de elefantes después de consumir grandes cantidades de su fruto (se dice incluso que los paquidermos se arrojan contra el tronco de las marulas en un intento desesperado por hacerse con el rico manjar).
«En casa, en la cocina, las moscas se alimentan de lo que se está empezando a pudrir en el frutero, aunque les gustan más los cítricos. En la naturaleza son mucho más exigentes y prefieren la marula», dice Stensmyr. Los investigadores han descubierto que las sustancias aromáticas del compuesto isolverato de etilo de la marula «encienden» unos receptores en sus antenas.
«Cuando se activan, es una señal de que es un buen lugar para poner huevos», apunta el autor del estudio. Pero siguieron con las comprobaciones: pusieron al lado del fruto de la marula algunos cítricos, como naranjas. Las moscas desecharon estos últimos. En cambio, si los «adulteraban» con isolverato de etilo, los especímenes elegían por igual naranjas «enriquecidas» y fruto de la marula.
La relación de la mosca de la fruta y los bosquimanos
Los científicos, además, han elaborado un posible relato acerca de cómo pudieron las moscas de la fruta convertirse en compañeras inseparables del hombre. Los culpables: los bosquimanos, un conjunto de tribus africanas a quienes, al igual que a las moscas, les encantaba el fruto de la marula.
El argumento en el que se apoya la investigación para señalar esta relación es que, dentro de la zona estudiada por el grupo de Stensmyr, los arqueólogos han encontrado una cueva con la friolera de 24 millones de pepitas de esta fruta, lo que sugiere que eran grandes amantes del árbol ritual.
Con información de ABC.es