La carne orgánica es una incipiente tendencia en una industria gigantesca, prestigiosa y, en los últimos años, en crisis: la famosa carne argentina
Buenos Aires. – «Estamos comiendo como lo hacían hace 100 años», dice Mariano Feldstein, un productor agrícola argentino, mientras Néstor, un gaucho corpulento que efectivamente parece de otra época, corta un cordero que huele a gloria.
«Y el cordero que nos vamos a comer es orgánico, ¿verdad?», les pregunto. «Bueno, era», bromea el fortachón Néstor, en referencia al impacto del fuego sobre la carne, que se cocina en una esquina de la cabaña de ladrillo donde disfrutaremos el almuerzo en típicos platos de madera.
Estamos en una hacienda de 2.500 hectáreas en Rauch, una población a casi 300 kilómetros de Buenos Aires, donde 1.500 vacunos son lo que en el mundo de la nutrición y la gastronomía responsable se conoce como «vacas felices»: animales que caminan libres en el campo y comen lo que su genética les pide, pasto.
Pasto, encima, que no tiene fertilizantes ni pesticidas. En un terreno que equivale a 2.314 canchas de fútbol.
La carne orgánica que produce Feldstein es una incipiente tendencia en una industria gigantesca, prestigiosa y, en los últimos años, en crisis: la famosa carne argentina.
A esto se suma la apertura de mercados en Estados Unidos, China y Europa, el surgimiento de carniceros jóvenes, sofisticados y cosmopolitas, y la creación de innovadoras maneras de financiación en un sector que, entusiasmado por el escenario de cambio económico, quiere revivir sus tiempos de prosperidad.
Los que pasó y lo que puede pasar
Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) hubo un periodo de auge y luego uno de retroceso en la industria de la carne.
Hacia 2006, el gobierno subvencionó a los polémicos feedlots, grandes corrales típicos del campo estadounidense donde se potencia la producción de manera rápida y efectiva, engordando a los animales con alimentos balanceados hechos a base de maíz, soya y suplementos especiales.
Una carne argentina de res que sabe a cerdo
Eso produjo un auge de la producción, reducción de precios y satisfacción de la demanda, pero «generó los esperables efectos secundarios de una política en contra del comercio», le dice a BBC Mundo Pedro Landa, director de la Organización Internacional Agropecuaria (OIA), una entidad de certificación con base en Buenos Aires.
Afectados por las restricciones a las exportaciones, también impuestas por Fernández en 2010 para controlar los precios locales, muchos criadores de vacas se retiraron o quebraron o no repusieron sus vacas, generando una pérdida de 12 millones de cabezas en el stock de vacunos (que venía de tener 58 millones), uno de los peores retrocesos en la historia de la industria.
Eso, aunado a una inédita sequía que afectó los pastos del país y el auge del cultivo de soja que le quitó terrenos a la ganadería, redujo la oferta, volvió a disparar los precios y provocó una noticia que dio la vuelta al mundo: Argentina empezó a importar carne de Uruguay.
Carne: pierde Argentina, gana Uruguay
El país dejó de estar entre los 10 mayores exportadores y los 5 mayores productores (es el sexto) de carne en el mundo, según diferentes conteos.
Y de acuerdo con el Departamento de Economía de Confederaciones Rurales Argentinas, una asociación gremial, entre 2007 y 2015 la producción cayó 15% y las exportaciones se redujeron 62%.
Tras la llegada al poder de Mauricio Macri, quien ha impulsado un ajuste de la economía en favor del mercado, se abolieron las restricciones a las exportación y potencias como Canadá, la Unión Europea y Estados Unidos dieron el visto bueno para volver a importar carne argentina.
Sin embargo, Landa advierte: «Nuestra estructura de costos sigue desbalanceada, perdimos mucha competitividad y se necesita tiempo e incentivos del Estado». Mientras tanto, algunos ya están sembrando las semillas de la que puede ser una nueva y diferente industria de «la mejor carne del mundo».
Con información de BBC