Usando la biología y no sólo la química
Por Jesús Arévalo Zarco*
El problema debajo de las plantas
Existe un enemigo debajo de la producción de tomates, pimientos y pepinos bajo invernadero en México que nos ha acompañado a los productores: las enfermedades edáficas. Hongos como Fusarium, Rhizoctonia, Pythium y Sclerotinia, o nemátodos como Meloidogyne, han sido responsables de pérdidas significativas en cada ciclo agrícola.
Estos organismos patógenos pueden persistir en el suelo durante años, incluso en ausencia de hospederos, gracias a estructuras de resistencia como clamidosporas, esclerocios o quistes. Esto significa que un invernadero puede arrastrar el problema de un ciclo a otro, aunque el agricultor cambie de cultivo.
Los síntomas son distintos en cada caso, pero los más comunes incluyen marchitez, amarillamiento, pudrición de raíces, lesiones en el tallo y reducción del sistema radicular. Para identificarlos y conocer el problema específico con certeza, lo mejor es mandar a hacer un análisis fitopatológico del suelo a Fertilab incluyendo conteo de nemátodos.
El enfoque químico del milenio pasado
Ante esta problemática, la respuesta durante las últimas dos décadas del milenio pasado fue el uso de bromuro de metilo (CH₃Br), considerado entonces la solución más eficaz para los problemas de enfermedades edáficas.
Su uso se extendió rápidamente en la horticultura protegida de México y de muchos otros países, porque ofrecía algo que parecía imposible: “limpiar” el suelo de hongos, nematodos, insectos y malezas en una sola aplicación. Era, en términos prácticos, una esterilización química del suelo; ofrecía un control rápido y contundente.
El problema es que su efectividad tenía un costo demasiado alto; al mismo tiempo que eliminaban patógenos, también destruían la microbiota benéfica, empobreciendo el capital biológico del suelo y dejando tras de sí sistemas muy frágiles. El bromuro de metilo es un producto altamente tóxico. En casos graves, quienes lo aplicaban podían sufrir daño neurológico y pulmonar. Era común que se aplicara en condiciones poco seguras, con plásticos improvisados y sin el equipo de protección adecuado, lo que incrementaba el riesgo.
Pero el daño no sólo era a la salud humana y del suelo, sino ambiental. La liberación de bromuro a la atmósfera contribuye a la destrucción de las moléculas de ozono (O₃), debilitando la barrera natural que protege a la Tierra de la radiación ultravioleta.
Este impacto llevó a que en 1992 se incluyera al bromuro de metilo dentro del Protocolo de Montreal, y a partir de ahí se trazó una ruta de eliminación gradual que culminó en su prohibición.
Su prohibición obligó a productores, técnicos y científicos a desaprender y a repensar el manejo de enfermedades de suelo; lo que abrió puerta primero a otros químicos como metam sodio, dicloropropeno, cloropicrina y otros; pero también a innovaciones que hoy son fundamentales, como el injerto en hortalizas, la biodesinfección y el aprovechamiento de la microbiología de la rizosfera.
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*Jesús Arévalo Zarco, es un apasionado del agro. Se dedica a asesorar productores, evaluar tecnologías en campo, impartir capacitación técnica y seguir aprendiendo todos los días. Además de su labor profesional como director de investigación en Fertilab e Intagri, también es agricultor a pequeña escala, convencido de que la agricultura se entiende mejor con las botas puestas.